El pasado: ¿mirarlo o dejarlo atrás?
- Humberto Acuna
- 22 jul
- 4 Min. de lectura
En muchas sesiones de coaching revisamos el pasado de las personas. Conocerlo es importante. De allí provienen muchas de las cosas que nos conforman como seres humanos, tanto en lo individual como en lo colectivo. Hoy somos el resultado de esos tiempos vividos y también de los que dejamos atrás. Cada minuto, cada hora, cada experiencia que se convierte en pasado deja una huella en nosotros. No solo nos afecta: nos transforma. Día a día, nos va haciendo un poco más distintos.

Pero el problema con el pasado es que muchas personas no saben cómo manejarlo. Algunas se quedan atrapadas en él:
“Yo fui fulano o fulana de tal y exijo que se me reconozca como tal”.
“Antes todo era mejor”.
“El mundo de ayer era más puro”.
“Me hicieron daño y no puedo perdonar”.
También están quienes tuvieron un pasado profundamente doloroso o traumático. El solo hecho de pensar en revivir ciertos recuerdos les paraliza. El miedo es tan grande que prefieren no mirar.
Y hay un tercer grupo que dice: “Es mejor ni verlo. ¿Para qué? Lo que pasó, pasó”. En este grupo podemos incluir a quienes niegan su pasado: “Eso nunca pasó” o “No fue así”.
Estas conversaciones hoy son más comunes. Tal vez por el auge de herramientas como las constelaciones familiares y el trabajo con el “árbol genealógico”. No lo digo en tono de burla. Al contrario. Creo que todas estas herramientas pueden funcionar. Yo mismo he trabajado con algunas. Siempre hay una oportunidad para aprender algo del pasado que puede estar afectándonos en el presente.
Sin embargo, también creo que ninguna herramienta va a sanar mágicamente. Hay un trabajo personal que cada uno debe enfrentar. A veces es tan duro y complejo que no se puede hacer solo. No es rápido. No es cómodo. Y hay que ir paso a paso.
Hace poco, en un reencuentro familiar, escuché frases como:
“No hablemos de eso, es muy doloroso”.
“Mi amiga descubrió cosas de su pasado que casi la enloquecen”.
“Me da miedo que se sepa la verdad y terminemos peleando”.
“¿Para qué remover el pasado? Déjalo así”.
Y sí, esas frases tienen su razón de ser. Como dije al principio: no nos enseñaron a manejar el pasado. No nos enseñaron a mirarlo con compasión ni con entendimiento. Nos enseñaron a dejarlo atrás, pasar la página, evitar remover lo que duele.
Entonces, la pregunta es: ¿Para qué quieres mirar tu pasado? “El que busca, encuentra”, dice el dicho. Pero… ¿qué estás buscando? ¿Estás preparado para encontrarlo? ¿Te has imaginado cómo te sentirías si lo hicieras?
Son preguntas que vale la pena hacerse antes de iniciar cualquier viaje hacia el pasado.
¿Cómo mirarlo?
No hay una sola forma. Cada quien encontrará la suya. Lo que puedo hacer es compartir mi experiencia.
1. Mi papá
Tuvo una infancia dura. Nuestra relación nunca fue fácil, aunque sé que me amaba y yo lo amaba. En sus últimos días, su mayor preocupación era que mis hermanos y yo no nos separáramos. Yo tenía 34 años. Le prometí que no pasaría. Horas después, murió.
No entendía su angustia. Ni tampoco su manera de ser. Trabajé mucho para soltar la rabia y el dolor, pero lo que realmente me ayudó fue entender de dónde venía él: su infancia, sus pérdidas, sus padres, sus hermanos. Comprender eso me permitió verlo con compasión. No tenía las herramientas para hacerlo mejor. Hizo lo que pudo. Y eso me dio paz.
2. Mi mamá
Siempre he cargado con una tristeza que no sabía de dónde venía. Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años. Bloqueé muchas emociones. Y aunque trabajé en mí durante años, la tristeza persistía.
A los 45, descubrí que mi abuela —la madre de mi madre— murió durante el parto. Mi mamá fue criada por una tía, a quien yo conocí como “abuelita”. Al enterarme, me pregunté:¿Cuánta tristeza habría en mi mamá?¿Esa tristeza se me transmitió?¿Genéticamente? ¿Espiritualmente? ¿Emocionalmente?
No tengo la respuesta, pero opté por no quedarme con la sensación de haber sido engañado, sino por abrirme a comprender el dolor. Eso me ayudó a trabajar mi tristeza, agradecer a mi abuela Dolores por darme la vida a través de mi madre, y agradecerle a ella por atreverse a tenerme, aún con todo su dolor.
Algunas reflexiones más:
¿Realmente escondemos el pasado?¿O se queda allí como un fantasma, rondándonos?¿Cuántas veces has oído “mejor que no lo sepa”? Pero… ¿y si lo supiera? ¿Y si ocultarlo termina siendo peor?
Hay pasados que necesitan soporte para ser mirados. Abuso sexual, violencia, abandono… mirar estas heridas requiere apoyo emocional, psicológico y espiritual.
Hay historias que afectan a generaciones. Rencores no hablados entre hermanos, padres, tíos… se heredan. Y un primo no le habla al otro por algo que sucedió entre adultos años atrás. ¿Tiene sentido? ¿No hubiera sido mejor hablarlo en su momento?
El resentimiento nace de cómo interpretamos el pasado. A veces no es el hecho en sí lo que más duele, sino la historia que nos seguimos contando sobre ese hecho. El resentimiento es una señal de que algo del pasado aún no ha sido comprendido ni digerido emocionalmente. Y no se trata de justificar lo que pasó, sino de liberarnos del peso de revivirlo una y otra vez.
Para profundizar más en este punto, puedes leer mi artículo: “Resentimiento y Superación”.
El mundo también lo muestra. Conflictos como Israel-Palestina, Rusia-Ucrania, Oriente-Occidente… son reflejo de pasados no resueltos, de heridas guardadas por generaciones.
En resumen
El pasado no es algo a lo que debamos aferrarnos, pero tampoco es algo que debamos ignorar. Es un escalón en nuestra historia. Lo pisamos para crecer. Hoy lo podemos mirar con más claridad, porque no somos los mismos de entonces.
Y sí, es fácil decir “yo no debí haber hecho tal cosa”, pero… ¿Tenías en ese momento el conocimiento que tienes hoy? ¿Podías haberlo hecho mejor?
A veces, la mirada compasiva al pasado es lo que más nos libera.




Comentarios