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De hijos a padres: Reflexiones sobre la crianza, el amor y el paso del tiempo

  • Foto del escritor: Humberto Acuna
    Humberto Acuna
  • 14 mar
  • 4 Min. de lectura

Compartí con mis amigos de la infancia mi último artículo referente a “Sanar la Herida de los Padres”, y tuvimos una muy buena conversación acerca de cómo veíamos a nuestros padres y cómo nos veíamos nosotros como padres. Como ejercicio reflexivo, me pareció importante plasmar el resumen de esa conversación y compartirlo con ustedes.


Para dar algo de contexto del grupo, ninguno de nosotros es hijo único, así que no tenemos esa mirada incorporada en estas reflexiones. En líneas generales, con sus altas y bajas, todos los que interactuamos tuvimos a nuestros padres y madres, o a uno de ellos, presente en nuestra vida.



Nadie viene al mundo con el manual de procedimientos de “Cómo ser un gran hijo” y menos con el de “Cómo ser un gran padre”. Ambos roles los aprendemos sobre la marcha y, en la mayoría de los casos, padres y primer hijo obtienen el título el mismo día. Ese día no solo obtenemos el título, sino que empezamos a ejercer sin experiencia previa. Los segundos, terceros, etc., agradezcan la ventaja de venir al mundo y encontrar a unos padres medianamente entrenados.


Este artículo, bajo ningún concepto, pretende ser un manual para ser buen padre o buen hijo. Es el resultado de conversar sobre la crianza de los hijos, sobre nuestras propias experiencias con nuestros padres y luego compartir nuestras reflexiones con otros que han vivido lo mismo. Esta conversación abre una puerta a un espacio de comprensión que rara vez nos detenemos a explorar.


Como dice el dicho popular, no aprendemos en cabeza ajena; hay que vivir la experiencia para comprenderla. Cuando somos hijos, vemos a nuestros padres desde una perspectiva crítica. Nos preguntamos por qué fueron tan duros, por qué parecían preferir a un hermano sobre otro, por qué no nos dieron exactamente lo que necesitábamos en cada momento. Con la madurez y, sobre todo, con la experiencia de ser padres, esa mirada se transforma. Lo que antes juzgábamos como errores se revela como intentos de hacerlo lo mejor posible con las herramientas disponibles en su momento.


Los hijos mayores, ¿la responsabilidad ante todo? Uno de los puntos recurrentes en la conversación que surgió tras la lectura de mi artículo original fue la percepción de los hijos mayores sobre su rol dentro de la familia. La autoexigencia, la sensación de carga y responsabilidad, el deseo de demostrar ser lo suficientemente buenos para recibir amor. Pero, con el tiempo, nos damos cuenta de que la mayoría de nuestros padres nunca nos pidieron esa carga; la adoptamos como una respuesta a nuestra propia necesidad de reconocimiento.


¿Por qué somos tan diferentes si somos hermanos? Otro gran tema fue la diferencia en la crianza de cada hijo. Aunque crezcan bajo el mismo techo, cada uno es criado por padres en momentos distintos de su vida, con distintas experiencias, madurez y prioridades. Tu mamá, que te trajo al mundo a los 28 años, no es la misma mujer que será la mamá de tu hermano cuando ella tenga 30 años. Han pasado dos años de madurez y experiencia con el primer hijo, lo que le dará más confianza en la crianza del segundo y, por seguro, más ligereza en el trato. Además, el segundo hijo viene con un camino ya trabajado por el primero, así que cuenta con un entrenador incorporado a tiempo completo, y además de entrenador, es el responsable de que al hermano menor no le pase nada.


¿A quién quieren más? No es que se ame más a uno que a otro, sino que el amor se expresa de maneras distintas. Como lo mencionó un padre en la conversación: "Uno siempre va a tratar de proteger al hijo que siente es más débil, y el resto de los hijos lo ven como que uno quisiera más a ese que al resto". Otro punto que surgió y es importante para reflexionar es la manera en que interpretamos el amor que nuestros padres nos dan a nosotros y a nuestros hermanos. "Siempre pensé que querían más a mi hermana, pero lo cierto es que ella les expresaba más amor a mis padres que yo. Abrazos, besos y caricias eran su forma de ser con ellos, y yo no lo hacía así".


¿Confías en las herramientas que les diste? La sobreprotección y el deseo de evitar que nuestros hijos cometan los mismos errores que nosotros también fueron temas centrales. A lo largo de la conversación, varios padres reconocieron que intentaron proteger demasiado a sus hijos, imponiendo límites que, en retrospectiva, pudieron haberse manejado con más flexibilidad. El aprendizaje fue claro: hay que dejarlos vivir, advertirles, guiarlos, pero confiar en que las herramientas que les hemos dado serán suficientes para tomar buenas decisiones.


Nunca es tarde para reconciliarnos Finalmente, un mensaje que resonó en todos fue la importancia de la gratitud y la reconciliación con el pasado. Comprender que nuestros padres también fueron hijos, también tuvieron heridas, también hicieron lo mejor que pudieron, nos permite liberarnos de juicios innecesarios y construir relaciones más sanas con ellos y con nuestros propios hijos.


Ser padres nos permite ver la vida desde otro ángulo. Lo que una vez nos pareció injusto o incomprensible, hoy se nos revela como un acto de amor dentro de las limitaciones humanas. Y si bien no hay manual perfecto para la crianza, lo que sí podemos hacer es seguir evolucionando, aprendiendo y ofreciendo lo mejor de nosotros, aceptando que nuestros hijos, como nosotros, encontrarán sus propias respuestas con el tiempo.


Quizás dos páginas sean poco para abordar lo que significa ser padre, hijo y hermano, pero siento este ejercicio abre puertas a seguir reflexionando acerca de esa maravillosa y mágica relación que casi nunca entendemos y que, cuando llegamos a este mundo, ya estaba planteada.


Si esta reflexión resonó contigo, te invitamos a compartir tu experiencia. ¿Cómo ha sido tu camino como hijo o como padre? ¿Qué descubrimientos has hecho en el proceso? Puedes escribirnos y contarnos tu historia, y con gusto la iremos compartiendo para enriquecer esta conversación entre todos.

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