Delegar: El arte de confiar, guiar y dejarse sorprender
- Humberto Acuna
- 16 jun
- 3 Min. de lectura
En el mundo del liderazgo —sea en una empresa, una familia o una relación— delegar no es solo una herramienta de gestión. Es un acto profundo de confianza.
Y no, no se trata únicamente de líderes organizacionales. Muchas madres y padres viven sobrecargados, haciendo absolutamente todo en casa, incluso cuando sus hijos —aunque pequeños— ya podrían colaborar con tareas sencillas. No delegan porque creen que “no van a poder”, porque piensan “son muy niños” o porque repiten inconscientemente la creencia de “yo estoy aquí para hacerles todo”. Pero esta actitud, lejos de proteger, limita el crecimiento y la autonomía de los hijos. Enseñarles a colaborar, a asumir pequeñas responsabilidades, también es una forma de prepararlos para la vida.

Delegar significa entregarle a otro la posibilidad de hacer, de aprender y de crecer. Pero también nos confronta: ¿Cómo reaccionamos cuando el otro no hace las cosas como nosotros esperábamos? Aquí es donde la mirada del coaching ontológico nos invita a hacernos responsables de algo más profundo: no de lo que el otro hace, sino de cómo guiamos, comunicamos y confiamos.
No se trata solo de soltar, sino de acompañar
Delegar no es desentenderse. Es asumir el compromiso de guiar al otro sin juicio. Si la persona a quien delegaste cometió un error o no hizo las cosas como tú las harías, la pregunta clave es: ¿Fuiste claro al explicar? ¿Tomaste en cuenta su experiencia, sus recursos, su contexto?
Delegar implica reconocer que no todos tienen el mismo punto de partida. A alguien nuevo habrá que explicarle con más detalle, dar ejemplos, verificar la comprensión. A alguien con más experiencia, bastará una visión compartida del objetivo. Es un arte que requiere sensibilidad y atención.
No delegar: el costo invisible
Muchas veces no delegamos por creencias profundas: "Nadie lo hará como yo", "Mejor lo hago yo, así me aseguro", "No quiero molestar". Pero… ¿qué hay realmente detrás de esas frases?
Un coach ontológico podría ayudarte a mirar más allá de lo aparente y preguntarte:
¿Qué te dices a ti mismo cuando piensas en delegar?
¿Qué temes que pase si otro se encarga?
¿Qué dice de ti que todo pase por tus manos?
¿Te das permiso para que el otro aprenda a su ritmo?
¿Confías genuinamente en los demás… o solo cuando hacen las cosas como tú?
Muchas veces, detrás del no delegar hay miedo al error, necesidad de control, dificultad para confiar, deseo de reconocimiento o una creencia muy arraigada de que “si no lo hago yo, las cosas no salen bien”. En contextos familiares, también puede aparecer una forma malentendida de “amor protector” que impide que los hijos desarrollen autonomía.
Costos emocionales:
Estrés y agotamiento
Frustración silenciosa
Falta de disfrute
Sensación de soledad
Costos relacionales:
Desconfianza mutua
Desmotivación
Dependencia o inutilidad aprendida
Costos en la productividad:
Falta de foco en lo estratégico
Retrasos
Sistemas frágiles que dependen de una sola persona
Cuando todo depende de ti, no solo te desgastas, también privas a otros de su oportunidad de crecer.
Delegar es confiar… y crecer juntos
Delegar empodera. Es un mensaje que dice: “Confío en ti”. Y no hay mejor motivación que sentirse capaz.
Al delegar genuinamente, también nos abrimos a que el otro nos sorprenda, a que haga las cosas diferente —y tal vez mejor— que como las haríamos nosotros. Es una oportunidad de aprendizaje mutuo, de humildad y de expansión.
¿Cómo empezar a delegar?
Revisa tus creencias: ¿Qué piensas sobre delegar? ¿Qué temes que pase?
Elige tareas concretas: Comienza con actividades que no sean críticas o urgentes.
Conoce a tu equipo o familia: ¿Quién tiene las habilidades o el deseo de asumir eso?
Sé claro y explícito: No supongas. Ajusta tus instrucciones al nivel de experiencia del otro.
Acompaña sin controlar: Da espacio para actuar, pero también apertura para preguntar y corregir.
Evalúa desde la guía, no desde el juicio: El error es parte del proceso de aprendizaje.
Reconoce y agradece: El feedback positivo fortalece la confianza mutua.
Delegar no se aprende en un día, pero se practica en muchos. Cada vez que sueltas, acompañas y confías, te haces más libre y ayudas a otros a crecer. Y eso, al final, también es liderar.
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