Extremos: la trampa de defender la verdad
- Humberto Acuna
- 19 sept
- 3 Min. de lectura
Creo que en algún lugar de nuestro ADN existe un gen del poder. Unido al instinto natural de supervivencia, nos convierte en el ser más peligroso de la naturaleza… incluso para nosotros mismos.
A esta mezcla se suman nuestras creencias, la mayoría heredadas o inculcadas sin pedirnos permiso. Una religión en la infancia, un equipo deportivo, un país, un partido político… todo se convierte en certezas que rara vez revisamos.
El resultado es una triada poderosa: creencias + poder + supervivencia. Esa combinación nos da paz y seguridad, pero también despierta miedo: miedo a perder lo que nos sostiene. Y cuando ese miedo aparece, sacamos nuestras armas. Defendemos nuestra “verdad” como si en ello nos fuera la vida.

El peligro de los extremos
Muchos dicen que hay que “defender nuestras ideas”. Pero lo que realmente defendemos son creencias, esas que nos dan seguridad y estabilidad. Y la historia lo confirma: casi siempre la verdad es la del vencedor.
En gran parte de Europa y América Latina se impuso el catolicismo.
En Oriente, el islamismo fue más fuerte.
Simón Bolívar es Libertador en América, pero en España fue visto como un rebelde.
Al final, las verdades dependen del lado de la historia donde estemos parados. Y aquí surge una pregunta inevitable: ¿qué habría pasado si Bolívar no hubiera ganado la guerra de independencia? ¿cuál sería hoy nuestra creencia?
Como enseña el hermetismo, los opuestos son lo mismo en distinto grado: cuando llevamos nuestras creencias al extremo, podemos terminar transmutando hacia el otro polo. Entonces, la reflexión es clara: ¿habrá valido la pena la lucha?
El principio de polaridad
La filosofía hermética lo resume en una frase poderosa:
“Todo es doble; todo tiene dos polos; los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado. Los extremos se tocan. Todas las verdades son semi-verdades.”
Esto significa que los opuestos no son cosas distintas, sino manifestaciones del mismo fenómeno en grados diferentes:
Frío y calor son polos de la temperatura.
Luz y oscuridad son polos de la misma energía.
Amor y odio son polos de un mismo sentimiento.
Vida y muerte son expresiones de una misma continuidad.
No existe un absoluto: no hay un “frío total” ni un “amor total”. Todo se mueve en una escala, y lo fascinante es que podemos transmutar de un polo al otro. El odio puede transformarse en amor, el miedo en valor, la ignorancia en sabiduría.
Entonces, ¿qué defendemos en realidad? Quizás solo una posición dentro de una escala, un grado en una polaridad mayor que ni siquiera reconocemos completa.
Preguntas para la reflexión
¿Cuándo nos daremos el tiempo de revisar nuestras creencias y realidades?
¿Realmente somos tan diferentes unos de otros?
¿Y si lo que llamamos “verdad” fuera solo una semi-verdad?
¿Podría ser que los extremos que tanto enfrentamos… en realidad se toquen?
¿Te has preguntado de dónde vienen esas certezas que defiendes?
El verdadero reto
El problema no es tener ideas distintas, sino llevarlas al extremo, donde se agotan los argumentos y solo queda la fuerza. Allí nacen las guerras, las rupturas familiares y los daños irreparables.
En lo personal ocurre igual: en sociedades, amistades, familias o parejas. Cuando defendemos nuestra verdad como absoluta, podemos cruzar una línea sin retorno.
Una invitación
¿Qué pasaría si nos detuviéramos un momento y nos preguntáramos?
¿Esto que defiendo es realmente 100% verdad?
¿Podría sentarme con el otro a buscar puntos en común?
¿Podría aprender a ver que luz y oscuridad, amor y odio, miedo y valor… son parte de la misma escala?
Quizás ese sea el gran reto humano: reconocer que los polos opuestos forman parte de un mismo todo. Y que nuestra libertad no está en imponer nuestra verdad, sino en elegir desde qué grado de la polaridad queremos vivir.
Como decía el filósofo chileno Darío Salas: “Hemos evolucionado mucho en ciencia y tecnología, pero no en sabiduría ni espiritualidad.”
Mientras no avancemos en ese terreno, seguiremos actuando como hace cinco mil años: atrapados en los extremos, olvidando que en el fondo… nos parecemos más de lo que creemos.
Reflexión final: quizá el camino no sea decidir quién tiene la razón, sino aceptar que toda verdad es parcial, y que solo al reconocer los polos podemos reconciliarnos como humanidad.
Si este artículo te hizo reflexionar, compártelo con alguien que defiende sus verdades como absolutas. Podría abrir una conversación que cambie todo
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