TODO TIENE UN PRECIO. (Y sanar heridas no es la excepción)
- Humberto Acuna
- 1 oct
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 9 oct
“¿Qué debo hacer?” “¿Cómo me puedes ayudar?” “No aguanto más, dame una solución, un consejo, algo para salir de esto.”
Son frases comunes.Personas que llegan buscando una salida rápida, una fórmula, una respuesta que venga de afuera.Y cuando les digo que yo, como coach, hago el 5% y tú haces el 95%, la cara cambia. Se nota la decepción.
Porque cuesta aceptar algo tan simple y tan real:
👉🏽 Cambiar duele.
👉🏽 Cambiar cuesta.
👉🏽 Y nadie puede hacerlo por ti.
Dos cosas nos afectan profundamente —en lo físico, lo mental y lo espiritual— cuando hablamos de transformación:
El sentido de inmediatez.
La esperanza de que otro nos resuelva la vida.

1. El sentido de la inmediatez
Vivimos apurados.Queremos resultados rápidos, respuestas inmediatas, soluciones al instante.Mandas un email y si no te responden ya, te molestas.Envías un mensaje y si no te contestan en dos minutos, sientes rechazo.Algo no funciona y quieres que soporte técnico lo arregle ya.
Hemos olvidado que todo tiene su proceso.Que el tiempo es parte del camino.Y cuando lo atropellamos, el resultado se distorsiona.A veces incluso se convierte en un problema mayor.
La publicidad lo sabe muy bien:
“Adelgaza en 7 días.”
“Aprende inglés en una semana.”
“Transforma tu vida en tres pasos.”
Y claro, muchos caen en la trampa.Pagan fortunas por soluciones que no funcionan, y terminan frustrados.
2. La esperanza de que otro lo haga por mí
Creer que alguien va a resolvernos la vida es una de las trampas más crueles.
Vas al médico, te da un tratamiento, y no lo sigues porque “te altera la rutina”.
Vas al líder espiritual y después de la oración preguntas:“¿Qué debo hacer?” Esperas la receta. La fórmula. La solución mágica.
Y cuando no funciona, siempre hay a quién culpar:
“Usted me dijo y no sirvió.”
“Fue culpa suya.”
Así, una vez más, evadimos la responsabilidad.Olvidamos que nadie puede hacer el trabajo por nosotros.Ni el terapeuta puede entrar en tu mente y cambiar tus pensamientos.Ni el médico puede estar en tu casa controlando tus hábitos.Ni el instructor del gimnasio puede hacer las flexiones por ti.
Cambiar tiene un precio
Cuando comprendes que todo cambio tiene un precio, y que solo tú puedes decidir si lo pagas o no, algo se transforma.Empiezas a ver resultados y esos resultados cambian tu vida.
Pero ojo: Cambiar es un tema nuestro, y solo nuestro. Eso no significa hacerlo solo o sola. Significa asumir que los demás —el médico, el coach, el terapeuta, el instructor— pueden acompañarte, no hacerlo por ti.
Acompañar no es cargar.
Acompañar no es resolver.
La zona de confort: salir, volver… y volver a salir
No todos tienen que salir de su zona de confort. Sales si quieres, o si la vida te empuja.
A veces la vida te saca a empujones, te lanza al vacío… y con el tiempo, vuelves a entrar.Y está bien. En algún momento, la vida volverá a sacarte otra vez. Así de simple.
Porque la zona de confort no es mala, es solo un lugar donde te sientes seguro.El problema aparece cuando te estancas, o cuando la vida te pide avanzar y tú te niegas.
Pero salir de ahí tiene un precio.Y muchos no quieren pagarlo.Y también está bien.
Lo importante es asumir la decisión:
“Estoy aquí porque quiero.”
“Estoy aquí por elección.
”No porque el coach, el terapeuta o el instructor no hicieron su trabajo.
En la mayoría de los casos, si eres honesto contigo mismo, sabes la verdad: gran parte de la situación eres tú y eso es difícil aceptarlo.
El cambio: un camino en soledad
Cambiar no es fácil.Da miedo.Remueve. Desestabiliza.A veces implica perder seguridades, dinero o vínculos.
Aprender a decir “no”. Poner límites. Romper patrones. Son cosas que nadie puede hacer por ti.
Nadie vive la ansiedad de decir “no” como quien nunca lo ha dicho.
Nadie puede pararse en tu lugar y hacerlo por ti.
Por eso, cambiar es un proceso de soledad, de diálogo contigo mismo, con tu mente y tu espíritu. Un camino que no es lineal: hay días buenos, días grises, días malos.Y ahí es donde muchos buscan salidas rápidas:la pastilla mágica, el curso exprés, el “te curo ya”.
Pero no hay atajos. No hay transformación sin pagar el precio.No hay sanación sin pasar por el proceso.
Todo cambio cuesta. Todo avance duele un poco. Y sanar… no es la excepción.




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