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Soledad: elección o consecuencia

Con el tiempo aprendí que la expresión “pobrecito(a), está solo(a)” no ayuda a nadie. Ni al supuesto pobrecito ni a quien lo dice.


Soledad: elección consciente o consecuencia
Soledad por consecuencias - Imagen generada por Gemini

El lenguaje crea realidades y cuando usamos esa frase, proyectamos lástima donde tal vez hay elección, madurez o consecuencia. No todo el que está solo lo está por desgracia. Tampoco todo el que está acompañado vive en paz.


La soledad por elección: un acto de amor propio

Hay personas que deciden vivir solas por diseño, no por miedo ni por heridas, sino porque disfrutan de su propia compañía.Socializan, comparten, tienen familia y amigos, pero valoran esos momentos de silencio y de conexión consigo mismos.


A esas personas, lejos de juzgarlas, hay que admirarlas. Han aprendido a convivir con sus pensamientos, a escucharse y a entender su propio ritmo.


Estar bien contigo mismo es uno de los logros más grandes de la vida. Si no puedes pasar diez minutos a solas sin buscar el celular, la televisión o una conversación, vale la pena que te preguntes: ¿Qué estás evitando escuchar dentro de ti?


Con respeto, te lo digo: no poder estar contigo mismo es un problema que conviene mirar.


La soledad como consecuencia.

Hay otra soledad, muy distinta. No es elegida, sino resultado. Y cuando la ves de cerca, descubres que detrás de cada persona que termina sola hay una historia de decisiones, actitudes o heridas no resueltas.


A continuación, te comparto algunas de las más comunes que he observado en mis sesiones:


1. El padre o la madre que se quedó solo

Suele ser el caso más visible. Los hijos casi no aparecen o lo hacen de vez en cuando.

Socialmente, la reacción inmediata es juzgar a los hijos:

“Qué ingratos, cómo abandonan a su madre”,“cómo dejan solo a su padre”.

Pero pocas veces nos preguntamos: ¿qué hizo esa persona para terminar así?


Hoy muchas corrientes espirituales invitan a perdonar a los padres, a comprender que “hicieron lo mejor que pudieron”. Eso puede sanar, sí. Pero también existen historias donde los padres no protegieron, sino que dañaron; donde abusaron emocionalmente, físicamente o económicamente.


No siempre hay espacio para el perdón inmediato. Y cuando el amor se rompió tantas veces, es natural que los hijos se alejen.


Ese padre o madre no está solo por mala suerte, sino por la consecuencia de sus actos. No hay pobrecitos en esa ecuación: hay cosechas de lo sembrado.


2. Los inflexibles

Personas para las cuales la vida es blanco o negro, y solo hay una forma correcta de hacer las cosas: la suya.


Vivir con alguien así es asfixiante. No hay espacio para negociar ni para ser. La vida debe ser “a mi manera”: mis reglas, mis horarios, mis decisiones. Si funciona para ti, bien; si no, no hay cabida.


Con el tiempo, los demás se cansan. No porque no los quieran, sino porque convivir con alguien que no escucha ni cede termina siendo asfixiante. Y un día, esas personas se descubren solas… preguntándose por qué todos se alejaron, sin darse cuenta de que su rigidez fue construyendo muros en lugar de puentes.


3. Los eternos confundidos

Son aquellos que quieren pareja, pero no saben realmente qué buscan.


Hacen listas imposibles, describen al amor perfecto… y terminan describiendo a su madre, a su padre o a un amigo ideal. Otros buscan pareja por razones equivocadas: por miedo a estar solos, por presión social, por conveniencia económica o por creencias limitantes como “una mujer divorciada no vale igual”.


Y desde esa carencia, exigen tanto que terminan espantando a cualquiera.


No consiguen pareja, no porque el amor no exista, sino porque buscan desde la confusión, no desde la claridad.


4. Los emocionalmente heridos

Hay personas que cargan heridas profundas y convivir con ellas puede ser un campo minado.A veces las queremos tanto que tratamos cada palabra con pinzas, cuidando de no herir ni detonar. Pero con el tiempo, ese cuidado constante agota.


No es falta de amor: es supervivencia emocional. Cuando una relación se vuelve unilateral, donde uno sostiene y el otro descarga, llega el día en que el amor se cansa.Y si esas heridas no se trabajan, la persona termina sola. No porque los demás no la quieran, sino porque estar a su lado cuesta demasiado.


Te invito a leer mi artículo: «Vivir con alguien emocionalmente herido».


Nadie se queda solo por azar

Hay quienes un día despiertan y dicen:

“Me voy a quedar solo, nadie me quiere, todos son unos malagradecidos”.

Pero rara vez se detienen a mirar su parte en la historia.


¿Cómo están mis relaciones hoy? ¿Qué estoy dando? ¿Qué cosecho de lo que siembro?


Cuando las respuestas llegan, a veces ya es tarde: los lazos se enfriaron, los vínculos se volvieron visitas breves por compromiso y la soledad dejó de ser elección para convertirse en consecuencia.


Reflexión final

No hay receta mágica para salir de ahí. Cada caso es distinto y cada historia tiene sus propias heridas y aprendizajes.


Pero sí hay una constante: la soledad que duele suele tener causas que evitamos mirar.


Así que, la próxima vez que veas a alguien que terminó solo o sola, antes de decir “pobrecito”, detente y pregúntate:


¿Qué hizo —o dejó de hacer— esa persona para llegar allí?


No hay pobrecitos.Hay decisiones.Y cada una, tarde o temprano, cobra su precio.

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